Semana Santa



PRIMER PREGÓN SEMANA SANTA CANDASINA
Por la Escritora Mª Teresa Álvarez

Señor Alcalde,
Señores miembros de la Corporación del Ayuntamiento de Carreño,
Señor cura párroco de Candás,
Señor Hermano Mayor y miembros de la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores,
Señoras, señores, amigos todos.

Ante todo quiero dar las gracias al párroco de Candás, don José Manuel García y a la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores por haber pensado en mí para pronunciar el primer pregón de la Semana Santa candasina. También quiero felicitarles por esta iniciativa, porque nadie con mayor derecho que Candás para pregonar sus tradicionales celebraciones litúrgicas de esta época del año.

Puedo aseguraros que jamás olvidaré estos momentos de especial emoción para mí y os confieso que siempre me he sentido muy orgullosa de nuestra Semana Santa, de sus manifestaciones externas que jamás dejaron de celebrarse desde los años cincuenta.

Recuerdo que cuando trabajaba en el centro de televisión española en Asturias, al llegar estas fechas siempre recurríamos a las tres localidades que, a pesar de las modas contrarias a ello, seguían celebrando las procesiones de Semana Santa con fervor y devoción. Me estoy refiriendo a Luarca, Villaviciosa y Candás. Creo que Avilés también permaneció fiel a la tradición.

Es verdad que estas localidades viven una Semana Santa, diríamos muy personalizada y que presenta unas características determinadas lo que sin duda contribuye a que gocen de un arraigo muy especial que ha sido transmitido de generación en generación.

Hace unos años tuve el honor de pronunciar el pregón de la Semana Santa de Gijón y recordaba emocionada como el mar siempre estará unido a casi todas mis vivencias porque mi pueblo se mira en él, igual que Gijón, igual que Tiberiades o Galilea, en cuyas aguas Jesús decidió convertir a unos rudos y nobles pescadores en discípulos para dejarles su legado de amor.

El martes, en Oviedo iniciaba mi pregón con un recuerdo también de la semana santa candasina centrado en la imagen de la luna llena que desde la Plaza del Cueto veía posada sobre el mar en nuestro recorrido haciendo el Vía Crucis, en el amanecer del viernes santo.

Cuando el párroco de Candás me sugirió la posibilidad de que pronunciara el pregón, le comenté que no iba a tener tiempo para poder pergeñar, con cierto criterio, unas líneas. Don José Manuel me comentó; seguro que puedes: “solo tienes que dejar hablar al corazón”.

Reconozco que tenía razón porque nada tienen que ver los pregones que pueda escribir sobre cualquier semana santa y el de “mí” semana santa. Creo que era un proverbio alemán el que decía “Tu pueblo, tu ciudad puede sustituir el mundo; el mundo jamás sustituirá tu pueblo”. Y esto es verdad porque ninguna semana santa puede reemplazar a la nuestra que es especial y reviste un determinado significado para cada uno.

Confieso que para mí estos días son los más importantes del año litúrgico. En la Semana Santa candasina se abrieron mis ojos a la fe.

El vía crucis, al que antes aludía, fue una de las prácticas piadosas que más influyeron e influyen en mi espíritu.Tuve la suerte de visitar Jerusalén y recorrer varias veces la vía dolorosa. De detenerme en alguna de las estaciones, tratando de imaginar como sería aquel camino- hoy lleno de tiendas- cuando Jesús subió por él camino del Gólgota.

Ante la puerta de la capilla donde se recuerda la sexta estación, la que dice: “... en el camino del calvario una mujer se abrió paso entre los soldados que escoltaban a Jesús y enjugó con un velo él sudor y la sangre del rostro del Señor. Aquel rostro quedó impreso en el velo”; Y allí rodeada de turistas volví a pensar en el valiente comportamiento de la Verónica con Jesús. Observé a muchas mujeres que como yo paseaban por el lugar y no pude evitar el pensar que haríamos si viésemos pasar a un condenado custodiado por la justicia. Ello me hizo valorar mucho más el gesto de la Verónica, aquella mujer cuya piedad venció el miedo a una posible represalia, al enjugar el rostro de Jesús. Es hermoso comprobar como los actos de amor no pasan. Cualquier gesto de bondad, de comprensión y de servicio deja en nuestro corazón una señal indeleble. Jesús agradeció el gesto de aquella mujer dejando su rostro impreso en el paño.

En Candás no disponemos de grandes ni espectaculares pasos, las imágenes de nuestra semana santa son hermosas y sencillas.

Hace más de veinte años que no participo en las procesiones candasinas pero aún sigue vivo en mi recuerdo, el hermoso rostro de la Virgen Dolorosa que discurre por las calles de nuestro pueblo, en medio del recogimiento de los fieles que la acompañan en su soledad.

Estás, Madre Dolorosa
Al pie de la cruz llorosa
Donde pende, donde pende
Donde pende el Redentor.

Jesús, el Redentor, el hijo de Dios ha venido al mundo a cumplir lo dispuesto por el Padre, la Virgen María lo sabe, pero su dolor, como el de una madre que nada puede hacer para salvar al hijo que ha llevado en sus entrañas, es inmenso, y llora. Llora en soledad...

Quien podría no sentir
Aquel dolor tan pródigo
Cuanta pena por el Hijo
La Madre debió sufrir.

Como decía Juan Pablo II “Porque es madre, María sufre profundamente. No obstante, responde también ahora como respondió entonces, en la anunciación: «Hágase en mí según tu palabra». De este modo, maternalmente, abraza la cruz junto con el divino Condenado. En el camino hacia la cruz. María se manifiesta como Madre del Redentor del mundo. «Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta» (Lm 1,12). Es la Madre Dolorosa la que habla, la Sierva obediente hasta el final, la Madre del Redentor del mundo.

Nunca había reflexionado sobre la semana santa candasina como ahora lo estoy haciendo y creo que en nuestras manifestaciones procesionales, la Virgen María, la Madre de Dios, ocupa un lugar muy destacado.

Es probable que esto sea así debido a que Candás fue en sus orígenes un pueblo que vivió del mar y para la mar y todos sabemos lo que eso significó. Desgraciadamente las madres candasinas, mujeres fuertes, curtidas al aire y al sol, envueltas en lluvia y tempestad. Mujeres de ojos profundos y pupilas dilatadas de tanto mirar al horizonte, con la esperanza viva hasta el último momento, sufrieron con excesiva frecuencia el dolor por la pérdida de sus seres queridos; hijos, esposos, hermanos, novios...

Del silencio respetuoso con el que discurre, mecida por el recogimiento y la meditación, la procesión de la Soledad por nuestras calles, la de la Virgen del Rosario, en el sábado santo, constituye una explosión de fervor. La Virgen del Rosario es la patrona de la cofradía de pescadores, la virgen de los marineros, que la veneran con auténtico amor.

Nadie que haya escuchado el canto del santo rosario cuyas aves marías se van desgranando bajo los compases de la banda de música, se ha quedado indiferente. Es auténticamente emocionante y digno preámbulo del canto de la salve marinera.

Nadie que haya participado en esta procesión la olvidará jamás. El rostro de la Virgen cubierto con velo negro en señal de duelo por la muerte del hijo amado y las voces de candasinas y candasinos entonando la Salve para hacerle más llevadero el dolor.

Cuántas veces alguno de los allí reunidos dejaron escapar unas lágrimas, fruto, sin duda, de la emoción del momento o porque echaban en falta al amigo o familiar que ya no estaba. Siempre me ha impresionado el silencio que se producía en el Paseín en ese momento mágico de la Salve Marinera. Os confieso que lo espero emocionada.

La Virgen del Rosario, la virgen de los marineros, siempre custodiada por ellos o sus sucesores pasa año tras año la noche del sábado santo en una improvisada capilla cerca de la ribera. Ningún lugar como la ribera que sabe tanto de penas y alegrías, de encuentros alborozados y de esperas inútiles, para acompañar a la virgen en su dolor.

Y a la mañana siguiente la alegría en el Encuentro, la Virgen comprueba que su Hijo ha resucitado. Es el instante cumbre de toda la Semana Santa. Porque de no existir la resurrección nada tendría sentido.

La Pascua de Resurrección es el renacer a la Vida. Al amor. La resurrección de Jesús nos da una nueva luz y una nueva energía para soportar las dificultades de la vida.

Celebrar la Semana santa es aceptar la Salvación de Cristo que por amor se entregó a la voluntad del Padre de morir para devolver la vida inmortal al ser humano. Vivir la semana Santa es conectar el corazón al de Cristo y perdonar a los verdugos, amar a los que nos odian, orar por los que nos persiguen y entregar la vida por el más débil y necesitado.

Jesús no nos liberó del dolor, pero sí del sinsentido del dolor. No vino a liberarnos de la muerte, sino del sinsentido de la muerte.

En la Semana Santa no debemos sumergirnos en la tristeza pensando en lo que Cristo padeció sino en tratar de entender por qué murió y resucitó.

Muchísimas gracias a todos por vuestra presencia. Me emociona la asistencia de don Manuel Peláez a este acto. ¡Gracias don Manuel! Lo mismo que Pedro y Vila, dos sacerdotes candasinos que han tenido la amabilidad de acompañarnos esta tarde. A Pedro lo traté menos porque era un niño cuando yo me fui de Candás pero con Vila sí compartí experiencias inolvidables.

Este año espero asistir a todas las manifestaciones de la Semana Santa candasina y se que después de tanto tiempo muchas ausencias oprimirán mi corazón y recordaré a don José Muniello, don Andrés Corsino... A don Valeriano Muñoz... A Sarita...

Mi cariño y agradecimiento para todos ellos por su trabajo en el desarrollo de la Semana Santa candasina. Todos ellos nos han demostrado, con su ejemplo, lo importante que es mantener viva la fe y conservar nuestras tradiciones.

Deseo fervientemente que esta Semana Santa sea decisiva para nosotros y que el domingo de Resurrección renazcamos a la luz del resucitado.

Muchas gracias

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